Como los jardineros tengo yo
espinas soterradas en la piel;
ya traslapadas por mi humana arcilla
mimada, mas efímera y doliente.
Porque con ellas aprendí a vivir,
ya no más me importunan ni me hieren
y hasta he llegado a amarlas con pasión
como noble catarsis; cual crisol
que pule mis antojos y mis ansias.
Ya no más me importunan, y las amo
y sólo las detecto cuando un fiero,
extraño garfio quiere desplazarlas.
En mi pálpito están, mudas y alertas:
son mis espinas, mi dolor y yo.
Ya nunca más ajenas me serán;
sé que estarán allí , siempre latentes,
cual centinelas de mi “interno YO”.
Y cuando algo en pavura me estremece
ellas amuralladas, cual vigías,
fanal se tornan y mis sombras vencen,
dándome reciedumbre en soledad,
y dejándome ver cual en diorama
ya sin dolor, rencor ni pesadumbre,
pasados dramas que me hicieron roble.
Así son mis espinas: aceradas
como trama y urdimbre allí en mi ser;
así anidadas en mis entretelas
dándome amor, perdón y compasión.
Son .